
Era un día aburrido para desear la muerte, un día lleno de conflictos, un día en el cuarto de mi hermana, un día que parece una canción de los ochenta: muy buena y larga como los videos de Michael Jackson. Pero bueno, era un día en el que tuve la extraña sensación de ver el momento, la oportunidad estaba frente a mis ojos. El carro pasó a toda velocidad y en esa cuestión de segundos quise lanzarme a él como una liebre indefensa e ingenua que no mide las consecuencias (Pobre. Ella no sabe que va a morir y que los carros también matan). La imagen era clara. Yo tendida en el suelo, uno de mis aretes suspendido en el aire, los gritos de mi hermana, el triste sonido de mi cráneo destrozado con el impacto al caer al suelo y una lágrima que seguramente derramaría al repasar por última vez todos los recuerdos de mi infancia, de mi adolescencia y una juventud que se me escapa de las manos, en un santiamén. Que pecado enorme el querer morir. Quiero morir, Pensé. Ya lo veía venir un charco lleno de sangre esparramándose por toda la pista, la ciudad repleta de ese estridente ruido y el dolor de mis huesos.
Me pregunto: ¿el chofer detendrá el carro o solo huirá como todo buen cobarde?, ¿cobarde? Como podría si la que planeo y provocó toda esta situación fue mi humilde persona. Entonces me detuve, respiré profundamente, pensé en toda la gente que me quiere, me quiso y me querrá (No importa el orden), pensé en mi hermana y milagrosamente en mi madre: La pobre y dulce mujer que abrió sus piernas para procrearme y darme alojamiento en su vientre durante 8 meses, hasta que al final y con un largo suspiro me arrojó al mundo. Me arrojó, a mí. Una triste criatura plagada de pecados santos. Volviendo a la imagen de mi muerte, recuerdo una vez más los zapatos que en ese momento traía y por más superficial que pareciera, confieso con vergüenza que no me gustaría morir con ellos , y es que son tan bonitos, cómodos y seguros que odiaría verlos llenos de sangre. Esperé, mientras las imágenes mentales reproducidas por mi audaz cerebro, eran un tanto más terribles que las anteriores. Luego cruce la calle agarrando fuerte la mano de mi hermana y camine lentamente hasta llegar a mi guarida de la cual desearía no salir nunca.
Me pregunto: ¿el chofer detendrá el carro o solo huirá como todo buen cobarde?, ¿cobarde? Como podría si la que planeo y provocó toda esta situación fue mi humilde persona. Entonces me detuve, respiré profundamente, pensé en toda la gente que me quiere, me quiso y me querrá (No importa el orden), pensé en mi hermana y milagrosamente en mi madre: La pobre y dulce mujer que abrió sus piernas para procrearme y darme alojamiento en su vientre durante 8 meses, hasta que al final y con un largo suspiro me arrojó al mundo. Me arrojó, a mí. Una triste criatura plagada de pecados santos. Volviendo a la imagen de mi muerte, recuerdo una vez más los zapatos que en ese momento traía y por más superficial que pareciera, confieso con vergüenza que no me gustaría morir con ellos , y es que son tan bonitos, cómodos y seguros que odiaría verlos llenos de sangre. Esperé, mientras las imágenes mentales reproducidas por mi audaz cerebro, eran un tanto más terribles que las anteriores. Luego cruce la calle agarrando fuerte la mano de mi hermana y camine lentamente hasta llegar a mi guarida de la cual desearía no salir nunca.
Después de repasar todas las incidencias en las que caí por enesima vez, me encerré en mi habitación, cogí un papel y un lapicero para recordar que hay cosas que no se olvidan aunque pasen los miles de años y se registran en un papel u otro objeto. mientras tanto yo me quedo con el papel que seguramente usaré cuando el papel higiénico se acabé.
Escribo para sentirme viva. Escribo para sentirme útil.